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Revista # 55. Agroquímicos y salud
25
octubre
2014

En Argentina crecen progresivamente los testimonios y estudios que dan cuenta de los efectos nocivos de los plaguicidas. El Dr. Raúl Horacio Lucero, investigador de la Universidad Nacional del Nordeste, refiere las evidencias científicas en el tema.

 

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Considerado como un referente en la afección de agroquímicos a la salud, el Dr. Raúl Horacio Lucero, investigador del Laboratorio de Biología Molecular del Instituto de Medicina Regional y docente de la cátedra de Medicina III, Área Infectología, de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional del Nordeste (UNNE), logró documentar casos sobre pacientes que registran serias malformaciones ortopédicas y genitales, derivados del Hospital Pediátrico del Chaco a su Laboratorio de Estudios Genéticos.
La frecuencia con la que empezó a ver en pacientes de zonas rurales anomalías como focomelia, sindactilia, acortamiento de miembros, aplasia de huesos del brazo, imperforación anal, hipertrofia de clítoris, entre otras, lo llevó a tomar registro. “Nunca tuve duda de que las malformaciones eran producidas por la exposición a los agroquímicos de embarazadas en edad gestacional temprana. De todas formas, no podía publicar estas observaciones porque requerían de estudios epidemiológicos a largo plazo que lo fundamentara”, explicó Lucero.
Empezó a tomar contacto con estos casos en 1993, cuando aún no desarrollaba su trabajo en la UNNE, motivo por el que no contaba con los medios para fundamentar las causas.
Al mismo tiempo, el investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) Dr. Andrés Carrasco (recientemente fallecido) alertaba que el glifosato-componente principal de los herbicidas para la soja- puede producir malformaciones en embriones de anfibios semejantes a las reportadas en humanos.
Carrasco, junto a un grupo importante de científicos, recorrió distintas universidades del país para exponer sus trabajos sobre la realidad de las poblaciones rurales en las que hay cultivos transgénicos. Un asiduo participante de estos encuentros fue Lucero.
Los trabajos de Carrasco sobre los efectos de la exposición a agroquímicos eran objetados ¿Cuánto cambió desde entonces?
Con el trabajo de Carrasco ocurrieron dos cosas: primero, que él dio una mala noticia, y dar una mala noticia en ciencia casi siempre es problemático. En Argentina, hay 25 millones de hectáreas con cultivos genéticamente modificados en el que se aplican 300 millones de litros de agrotóxicos. Carrasco, con su estudio, dijo: “Cuidado con lo que se está aplicando por que no es tan inocuo ni benigno como está clasificado”. En segundo lugar, lo que hizo fue dar a conocer públicamente los resultados de su investigación antes de publicar en una revista científica. Eso les sirvió a muchas personas como argumento para decir que no era científico su hallazgo. Siendo un ex presidente de CONICET conocía muy bien los pasos que debe seguir una publicación para ser validada. Decía que la sociedad debía conocer antes sus resultados al ser un problema de salud colectiva. Después, en 2010, lo publicó en Chemical Research in Toxicology y lo siguieron desacreditando.

¿Aún hoy se pone en duda el efecto de estos productos?
El trabajo de Carrasco era como un estandarte detrás del que mucha gente se amparó. Pero, en una reunión en agosto de 2010, ya se sentó un precedente de investigadores que alertaban que algo andaba mal. Se presentaron varios trabajos de grupos de distintas universidades. Se expusieron trabajos del grupo encabezado por el doctor Fernando Mañas de la Universidad Nacional de Río Cuarto en los que estaba trabajando con población expuesta a la que se le realizó estudios de genotoxicidad en sangre, y se demostró que poseía un nivel de daño en el ADN mucho mayor que el grupo control no expuesto.
También, expuso el grupo de la Dra. Fernanda Simoniello, de la Universidad Nacional del Litoral, que trabaja con productores hortícolas de la provincia de Santa Fe, en los que se midió biomarcadores de daños al ADN y se llegó a la misma conclusión.
La genetista Gladys Trombotto del Hospital Universitario de Córdoba realizó estudios en base a datos que recogió entre 1973 y 2003. Demostró que, en las dos primeras décadas, los casos de malformaciones congénitas mayores registradas en esa maternidad iban estadísticamente parejas. Pero, a partir de la última década, hay un crecimiento exponencial que coincide con el crecimiento de las áreas sembradas .
Recientemente, el Ministerio de Salud de Córdoba difundió un extenso informe sobre el cáncer en la provincia que confirma con números las peores sospechas. Sistematizó cinco años de información y, entre otros parámetros, determinó geográficamente los casos. La particularidad que causó mayor alarma es que la mayor tasa de fallecimientos se produjo en la llamada “pampa gringa”, zona donde más transgénicos y agroquímicos se utilizan.

¿Qué investigaciones se realizan en la UNNE sobre agroquímicos?
Actualmente, en el Instituto de Medicina Regional de la UNNE, se está llevando a cabo un proyecto de investigación, del que Andres Carrasco era el director y yo codirector, en el que se estudian dos biomarcadores de daño genético llamados “aberraciones cromosómicas y micronúcleos” en sangre de una población expuesta del interior de la provincia del Chaco. Los resultados preliminares con los que ya contamos indican un severo daño al genoma en varias de las personas analizadas con respecto a la población control no expuesta.
Ya no se puede descalificar a los científicos que tuvieron el mérito de hablar cuando todos callaban. Todas las universidades deberían apoyar fuertemente a estos grupos, habida cuenta la magnitud del problema.

¿Hay soluciones desde la comunidad científica para este problema?
A corto plazo, a mi entender, se deberían respetar las leyes que protegen a la población de una exposición directa, creando zonas libres de agrotóxicos, restringiendo la aplicación y controlando severamente el cumplimiento de esas leyes. Pero deberían replantearse a mediano y largo plazo las actuales técnicas de monocultivos.
Si bien es una tarea difícil, es posible conseguir el incremento necesario de la producción de alimentos para satisfacer las necesidades futuras. Lo fundamental es que se realicen grandes esfuerzos para proteger, conservar y mejorar los recursos naturales necesarios para la producción de alimentos.
El principal desafío técnico es crear e introducir conjuntos de tecnologías agrarias que incrementen la productividad y que sean sostenibles en el sentido de que no dañen los recursos del suelo, hídricos y ecológicos ni las condiciones atmosféricas de los que depende la futura producción de alimentos.

 

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Biosensor.
La utilización de plaguicidas ha sido considerada como una revolución en la agricultura por su capacidad para atacar determinadas plagas e insectos que atentan contra la salud vegetal de los cultivos, en general, comerciales. El problema es que con una aplicación inadecuada entra en contacto con la tierra y el agua, lo que acarrea efectos sobre la salud de las personas y el ambiente.
Si bien hay varias técnicas que se utilizan actualmente para medir la influencia de los plaguicidas en el sistema productivo, el grupo de investigación de Química Ambiental del Instituto de Ciencias de la Universidad Nacional de General Sarmiento (UNGS) trabaja en un método alternativo.
“El objetivo de la investigación es diseñar un biosensor que permita detectar, en condiciones de campo, la deltametrina, un insecticida que se utiliza dentro del paquete de aplicación de la soja transgénica. En un biosensor hay una capa de reconocimiento, algo que es ‘sensible’, en este caso, a la deltametrina. En otras palabras, el problema sería cómo tener un conjunto de llaves diferentes dentro de una caja de zapatos y diseñar una cerradura para tratar de pescar solo una llave de ese conjunto”, explicó el químico Javier Montserrat, director de la investigación “Sensores aptaméricos de base electroquímica para deltametrina”.
El trabajo del biosensor será reconocer esa llave, en este caso, la molécula de deltametrina presente en el plaguicida, y generar una señal eléctrica, cuya intensidad varía según la cantidad de deltametrina que haya detectado.
“El biosensor tiene una capa de biorreconocimiento, que estamos tratando de diseñar, formada por aptámeros. Básicamente, los aptámeros son secuencias de ADN o de ARN que tienen la capacidad de reconocer moléculas específicas”, describió Silvana Ramírez, química y codirectora del proyecto.
Para Rodrigo Carmona, secretario de Investigación de la UNGS, esta investigación constituye “un aporte innovador en pos de armonizar desarrollo productivo y medioambiental, además de constituir una línea de trabajo relevante”.

Reducción de herbicidas. Docentes y alumnos de Ingeniería Agronómica de la Sede Atlántica de la Universidad Nacional de Río Negro (UNRN) trabajan en un  proyecto basado en la utilización de dosis reducidas de herbicidas en cultivos hortícolas, integrando el empleo de herbicidas con otras técnicas de control de malezas.